martes, 22 de febrero de 2011

Divagando en vacíos retóricos.


Luego de un largo viaje inmóvil, comencé a sentir la velocidad de la luz. Recorrí unos veinte paisajes en un segundo. Diez fueron el mismo (“¿Qué hago yo aquí?”), otros cinco justificaban aquellos estúpidos diez, cuatro sabotearon las mentirosas justificaciones de esos cinco, y uno (el último) me deslumbró “el miedo puede reducirse al entenderse como el instinto que es despertado por aquello que sabemos que viene”.
Sí, he vuelto, y desde el lugar en donde me encuentro físicamente puedo reconocer al origen de ese miedo pasado; me estoy tomando una copa de vino con él, que ya ha dejado de tener cuerpo de idea y parece haber encontrado físico, espacio y tiempo.  Ya está pasando, ya sabía que venía, ya dejó su convicción origen de miedo.
Ahora, no puedo dejar de pensar, al origen de ese miedo que resultó no ser un miedo, como protagonista de una situación inducida por mis propias pasiones que siempre buscan humanizarse, que hacen cualquier cosa por humanizarse, que me engañan a mi misma (que las contengo) para humanizarse, que seleccionan a cualquier individuo cotidiano y le otorgan ornamentos de buen gusto que lo desbordan de belleza, para humanizarse.
Se reconoce la ubicación, se desconoce su reconocimiento, se vuelve a reconocer, se recuerda al miedo como el presente, se reconoce que no es miedo porque todo está pasando sin él, se humanizan las pasiones, se reconoce que se humanizan, no hay misterio, no hay inocencia…
La cuenta por favor.

Blanco o negro.


La inseguridad es una sombra que intenta reflejarme pero sin detalle, mientras me sigue  y delinea mi andar. No hay soledad en la que mi sombra no me acompañe, y arrastre perversamente a la oscuridad. Parece ser ese su juego perverso,  el de arrastrarme a la oscuridad, lugar único en donde ella no se encuentra porque se expande. Sí. El sonido del vértigo que se despierta al sentir el unísono de mis pasos con los de mi sombra, y sentir la agonizante posibilidad de su puñalada en mi espalda,  me vuelven vulnerable, y deseoso de abandonar la luz. Sí, Es un juego perverso. Sí, el de arrastrarme hacia la oscuridad, en donde llego a creer que no la sentiré, que perderá mi rastro, que no me condicionará. Sí, estoy equivocado.

En la oscuridad, la sombra es como una gota que se derrama en un océano de color negro y espeso. La densidad me asfixia, me desquita mis sentidos. Nada es claro y distinto. Siento un ardor en los parpados que parecen anunciar mi llanto que ya debe estar cayendo en mis manos. Sí, no lo sé.  En la oscuridad no existe una verdad, es la inseguridad radicalizada, la sombra expandida. Me declaro un perdedor y salgo de nuevo a la luz, en donde debería reconocer mi presente y sentirme libre, o declararme vicioso y seguir jugando.