martes, 22 de febrero de 2011

Blanco o negro.


La inseguridad es una sombra que intenta reflejarme pero sin detalle, mientras me sigue  y delinea mi andar. No hay soledad en la que mi sombra no me acompañe, y arrastre perversamente a la oscuridad. Parece ser ese su juego perverso,  el de arrastrarme a la oscuridad, lugar único en donde ella no se encuentra porque se expande. Sí. El sonido del vértigo que se despierta al sentir el unísono de mis pasos con los de mi sombra, y sentir la agonizante posibilidad de su puñalada en mi espalda,  me vuelven vulnerable, y deseoso de abandonar la luz. Sí, Es un juego perverso. Sí, el de arrastrarme hacia la oscuridad, en donde llego a creer que no la sentiré, que perderá mi rastro, que no me condicionará. Sí, estoy equivocado.

En la oscuridad, la sombra es como una gota que se derrama en un océano de color negro y espeso. La densidad me asfixia, me desquita mis sentidos. Nada es claro y distinto. Siento un ardor en los parpados que parecen anunciar mi llanto que ya debe estar cayendo en mis manos. Sí, no lo sé.  En la oscuridad no existe una verdad, es la inseguridad radicalizada, la sombra expandida. Me declaro un perdedor y salgo de nuevo a la luz, en donde debería reconocer mi presente y sentirme libre, o declararme vicioso y seguir jugando.

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