lunes, 18 de octubre de 2010

Encuentro develado.

He vuelto de presenciar la incertidumbre divina: sentimos la existencia de un "algo" y trabajamos sobre la ilusión que nos levanta, para llegar a un sentido de la verdad. Recuerdo como ignorábamos la conciencia de sabernos en nuestra vida letrada y aparentemente oculta en el discurso ejecutado sobre mesa. Con cada tema de conversación ya abordado algún otro día, distraíamos nuestra inquietud, poniéndole otro velo a lo implícito en palabra hablada, pero expresado en letras. El cuerpo invisible anhelaba dejar de estar vestido... y cubierto por esa capa de timidez que tanto limitan a la expresión; el sentimiento quería ser pronunciado por vez primera, deseaba liberarse de la duda que le concurría al imaginar cómo los oídos se embriagarían de su fonética. Alguien se atrevería a desnudarse, y se era consciente del "por qué" pero no del "quién", y de esta manera, las distracciones seguían en forma de conversación, con la intención de llegar hasta al momento de la despedida, sin aún habernos visto.

Finalmente le asignaste vida al tiempo (que nunca antes había anunciado la llegada próxima del "momento" de una manera tan sutil)... y entre el filtro que la razón le da al sentimiento al minuto de ser expresado y la ansiedad del cuerpo invisible de expresarse, me abriste tu puerta aunque dudando sobre mi posibilidad de querer entrar. Deje que abordaras las inquietudes acerca de nuestra doble vida y le dieras sonido a mis escrituras tan llenas de tu imagen. Sabía que no esperabas respuesta de mi, solo anhelabas desgarrar un trozo de la tela que me cubría fuera del alcance de mi pluma. Expresaste tu postura, y a medida de que eso sucedía te veía con menos sombra. Aclaraste la ausencia de objetividad, remarcando así, mi libertad. Detuviste tu discurso antes de que la ilusión fuera corrompida por la racionalidad, cogiera alas y nos abandonara. Por un momento cuestioné la privacidad de pensamiento al escuchar de tus labios, mi discurso que aún no había podido exponer. Sin que lo supieras, compartíamos posturas, dándole un giro a esa noción de amor tan flagelante que contienen a muchos otros. Sentí que en mi momento de hablar repetía lo ya dicho, fué entonces cuando reconocí la existencia de esa sintonía de la cual llevo escribiendo desde hace cuatro estaciones.

Nos detuvimos cuando el lenguaje ya no cabia en palabras, pero antes de volver a distraer nuestra tentación, declamamos nuestra consciencia de sentirnos aquí y allá, y la realidad fue UNA en ese segundo... El sentimiento escrito al fin tuvo rostros.


He vuelto... para algún día volver de nuevo y seguir contándote la historia a través de mis manos.

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