martes, 7 de diciembre de 2010

Desde la contemplación.

Me entrego al ensueño cuando reconozco a mi conciencia embriagada ante la presencia de su persona en mi pensamiento, palabra y obra... ¡Qué divino es desentenderse del tiempo y sumergirse en el cuerpo ajeno!. No hay cuerpo suyo que no haya sido mío a través de mis ojos, no hay mirada que al sentirlo no pueda dejar de saberse embelesada.
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Me comienzo a desconectar del entorno en el momento en el que el momento ya no tiene palabra que lo enuncie: cuando vas llegando con tu paso redoblante que golpea a mi aún lucidez que se pregunta "¿cómo, esquivar este estado que me pierde de mí al sumergirme en tú cuerpo?, ¿cómo no tomar el desvío al que me dirijo concurridamente cuando me reconozco ya en ti, si los sentidos se regocijan al unificarse en presencia de lo eterno?, ¿cómo dejar de contener esta ambiguedad egoísta que me aprehende al saberme frente a tu ser?, ¿cómo no reconocer que se atiende a la tentación cuando se busca la manera y forma de conciliar a esa ambiguedad egoísta que me abraza al contemplarte?... ¿cómo?".

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 Hablando desde la presencia del sonido del silencio, bajo la humedad detrás del ventanal, sobre la cama matrimonial de un soltero, entre el recuerdo de lo escrito y el sentir que emerge al pensarlo, bajo la luz artificial que protagoniza en la noche, yo... confieso.

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